En un periodo marcado por la transición política a la democracia en Chile, el autor se enfrenta a un panorama en el que la historia y la cultura mapuche han sido sistemáticamente relegadas y negadas. La obra surge como una respuesta a las afirmaciones de historiadores de la escuela conservadora que consideraban a los mapuche como «inexistentes» y su conflicto con el Estado como «ficticio». Este enfoque demuestra la exclusión de las voces y realidades de los pueblos originarios en el discurso nacional.